Logré llegar a Australia. Para este momento, a mí me quedaban 7 dólares en la bolsa, así que tenía que conseguir un trabajo urgente. Empecé a buscar como loca donde me tuvieran escondida, porque yo era total y completamente mojada (ilegal). En eso me llama mi mami y le digo: “Estoy aplicando en todas las plataformas que me he encontrado, en todo lado, como niñera, como lo que sea”. Y me dice: “Ay, Cata, a mí me da miedo que usted se vaya de niñera porque puede terminar presa. ¿Por qué no mejor cuidás animales? Ya que a vos te encantan”. “¡Claro!” digo yo, me sale una entrevista de pet sitter, agarro el bendito tren y me voy hasta allá. $4.98 me costó el tren, que entiendan que para mí eso significaba un almuerzo. Eso me hizo pensar que uno a veces es muy inconsciente porque hace moverse a la gente para entrevistas, y realmente tal vez no tenés planes de contratarlos. Pero me voy divina para la entrevista y me dicen después de que conocí a los perritos: “Nos pareces perfecta para ser pet siller, así que empezas a trabajar en un mes”. “¿Cómo que en un mes?” Yo no llegaba a un mes, yo exactamente no llegaba ni a esa misma noche. Si me hubieran dicho eso yo no llego no me gasto los $4.98 en el pasaje, me los gasto en comida, en el Seven Eleven, en un rollo de sushi que era lo que me comía.
Me vine en el tren de regreso,súper ahuevada, y estaba viendo Facebook y apareció un restaurante italiano que buscaba runners. ¡Y me declaré runner! Me fui para el restaurante, toqué la puerta y salió el jefe, que era un hombre de la India. Todos en el restaurante eran italianos, y él era el único extranjero, y me preguntó: “¿Vos tenés experiencia?” Y le respondí: “¡Pues claro! ¡Completa! Yo nací en un restaurante y la primera palabra que dije fue plato.” De por sí ya voy para el infierno y si tengo que hacer cucharita con Lucifer, lo hago, pero yo necesitaba trabajar. Y me dijo: “Para nosotros es muy importante el currículum, y además a nosotros nos gusta ver a los runners en vivo trabajando. Véngase mañana que es viernes a las 4 de la tarde, porque lo ponían a prueba a uno en el día que es más fuerte, y ya a las 8 de la noche vas a estar afuera”.
Y salió Catalina desmadrada. Llamé a mi amiga y le dije: “Valeria, necesito un currículum, por favor, necesito que hagas a la mejor mesera del mundo. Necesito uno de esos currículums como los que uno pone en LinkedIn, más inflados que la canasta básica costarricense. Y poné de referencia estos países, porque yo voy a llamar a cada uno de mis amigos de Holanda, Alemania y Canadá para decirles que ellos son dueños de un restaurante y que yo trabajé para ellos”. Y me dijo mi amiga: “Perfecto. Vení y lo hacemos juntas”. Llegué y empezamos a hacerlo y le dije yo: “Ay Vale, vieras que yo no soy muy buena escribiendo en English, yo necesito que usted me lo haga porque yo tengo muy mala ortografía y si la mala ortografía es signo de mal aliento, yo tengo Halitosis IV, porque no sé escribir”.
Vale empezó a trabajar en aquel lujo de currículum mientras yo empecé con mi tarea: buscar qué era un runner, porque hay un idioma restaurantesco que yo no manejo. Runners son las personas que se dedican única y exclusivamente a entregar platos, no tienen contacto con la gente. Yo aproveché para que me contrataran de eso, pero si yo tenía que lavar platos, limpiar el piso o picar condimentos, pues yo era mojada, yo lo hacía mientras me dieran brete y me mantuviera escondida. Como primera tarea empecé a ver en YouTube cómo carajos se cargan tres platos mientras practicaba en la choza. Como tarea dos, me aprendí el currículum, los nombres de los lugares donde yo había trabajado y lo que yo hacía. Y como tarea tres, conseguí la ropa, porque yo no tenía nada. Recuerden que yo andaba dos shorts y dos blusitas, that’s it. Entonces le dije a mi amiga: “Vale, préstame unos tenis”. Y me dijo: “Claro, yo ahí tengo unos tenis negros”, porque los míos eran fosforescentes. “Ponéte vos uno de tus jeans y yo te presto lo que ocupes”.
Yo no dormí esa noche. Yo soñaba solo con platos. Me fui al día siguiente mientras me decía: “Bueno Cata, tiene que ponerse seria, porque usted solo piensa idioteces y si se pone estúpida va a terminar como Ted.” Ted era mi amigo indigente que vivía en esa misma calle, y a Ted le daban limosna para que no se le acercara a las personas porque el pobre hombre apestaba. Pero hacía $350 diarios, porque en Australia la gente no da moneditas, si no que da billetitos. Pensando todo esto, llegué y me dijo el muchacho: “Pasá por acá, vamos a hacerte un recorrido en el restaurante. Como sabés, aquí todos los que trabajan son italianos, ¿qué tal estás vos en el italiano?” Y yo le dije: “Pues bien, digamos que yo puedo decir: fetuccini, spaghetti, cannelloni”. Y se me quedaba viendo, y me seguía preguntando: “¿Y el inglés?” Y le respondí: “Lo hablo, espero que no me pongas a escribir, pero lo mastico.” Me dijo: “Bueno perfecto, porque aquí todo es en italiano y no hay extranjeros. La única extranjera, en el caso de que te contratemos, serías vos”.
Entonces empezamos el recorrido en el restaurante. Yo era como si tuviera dos personalidades: lo que yo pensaba y lo que yo decía, denominado para fines de esta historia como “Digna”. Entonces fuimos al bar y me dijo: “Acá es donde está la parte de los bartenders. ¿Qué experiencia tenés como bar tender?” ¿Qué voy a saber yo de licor más que TOMÁRMELO TODO? ¡Es lo único que sabía! Sé hacer chiliguaros y miguelitos, bebidas típicas de mí país, pero yo creo que eso en Australia no sirve muy bien. Entonces Digna le responde: “Poco, pero puedo aprender”. Y me dice: “¿Qué sabés de vinos?” A la gran puta, lo único que sabía es que no me podía tomar vino, por que ya con dos copas estoy hasta el cecerete, me agarra una habladera y me pongo a filosofar. Digna le responde: “Tengo los conocimientos básicos en vino. Sin embargo, si usted me da la lista de vinos, yo regreso a mi casa, me la estudio por completo, me la aprendo de memoria y vengo acá y le doy un curso de Sommelier”. Me dice: “Perfecto. ¿Y qué sabés de barismo?”. ¡Yo no tomo café! ¿Qué voy a saber? ¡Ni mierda! Digna le responde: “Mirá, honestamente de café no sé nada, no sé cómo se usan las máquinas ni nada por el estilo. Sin embargo, si usted necesita que yo todos los días venga una hora antes para aprender, con solo ver yo aprendo”. Yo necesitaba que él me contratara. Luego me dijo: “Perfecto. Este es tu delantal, vamos y te enseño a usar la computadora, te vas a tirar al piso. Hoy vas a atender.”
Ustedes no saben la tragedia que fue para mí eso, yo me estaba volviendo loca. Yo ahora le tengo un nuevo respeto a los meseros. ¡Ese trabajo es dificilísimo y es super estresante! Yo me estaba muriendo. Se me hizo eterno porque empecé desde las 4 de la tarde y yo me preguntaba por qué lo sentía tan largo, porque yo no tenía reloj, yo no andaba ni reloj. La gente me pedía que aquí, que allá, que lo otro, y yo no sabía el menú. Me hablaban de los platos y yo no sabía de qué me estaban hablando, no sabía si era un plato o si era un vino. ¡Era un total desmadre! Además tenía que ir a recoger los platos porque estaba haciendo pruebas para ser runner, pero también querían medirme si yo podía ser mesera. Descubrí ese día que tengo una FASCINACIÓN por pasear platos por el restaurante. Yo andaba como una vieja loca, paseaba por todo lado porque no me aprendía los números de mesa, los números de mesa no tenían lógica, la computadora se me desmadraba, yo no entendía nada porque ellos todo lo tienen en prefijos, los italianos solo hablaban en criollo entonces yo no entendía ni un carajo. Y además, el idioma que hablaban era restaurantesco, era terrible, yo en verdad me estaba muriendo.
Me fui al baño, me senté en el baño y empecé a tener un ataque de pánico. Empecé a respirar de forma exagerada, se los juro que si alguna persona hubiera abierto la puerta y me ve, esa persona hubiese pensado que yo estaba en labor de parto. Yo me estaba palmando. Tenía los ojos llorosos de lo cansada y agotada que estaba, no aguantaba los pies, ni la espalda, ni el hambre. ¡Y ustedes no saben los olores deliciosos de esos platos! ¡Yo me quería morir! Pero me tenía que aguantar porque tenía que trabajar, así que me limpié los ojos, me puse el delantal, salí otra vez y me dijeron de la cocina: “Catalina, aquí están las cinco pizzas de la mesa diez”. Y pues yo no me sabía el nombre de las pizzas, yo llegaba con la pizza a la mesa y decía: “Aquí está la pizza”. Y obviamente la gente preguntaba: “¿Cuál pizza es esa?” Y yo les decía: “La que tiene honguitos” Pero tres de las cinco pizzas que pedían tenían honguitos. Entonces se las ponía en el medio para que compartieran mientras venían las demás y me iba rápido, porque yo no sabía a qué persona pertenecía la bendita pizza.
Me pasó tocando el hombro el jefe y me dijo: “Lina, ¿cómo te fue?”. Y yo pensé: “¿Cómo que cómo me fue? No ves que me estoy muriendo. Yo me estoy palmando”. Y Digna le responde: “Muy bien, me sentí muy a gusto”. ¿A gusto?, me sonaba la panza del hambre, me dolían los pies, yo solo me quería largar. Y me dijo el muchacho: “¿Querés tomarte un vinito o comerte una pizza? Asumo que estás cansada y con hambre.” Y yo le respondí: “¡Sí, claro!” Y me dice: “Mira, la razón por la que te quedaste hasta las 11 de la noche es porque estás contratada”. ¡Ay! ¡Yo no entiendo cómo! Cash in hand verdad, porque aquí yo era mojada y si llegaba la migra yo me quitaba el delantal y me sentaba en una mesa con alguien a comerme un pedazo de su pizza. Entonces, me dice: “¿Estás de acuerdo?” y yo: “Claro que sí, me parece perfecto”. Mis pagos serán en efectivo.
Yo tenía que sobrevivir con los tres dólares que me quedaban para llegar al martes que recibía mi primer salario. No tenía ropa, pero ya estaba salvada con eso porque mi amiga me prestaba. Y gracias a Dios, cuando terminábamos de trabajar esos turnos tan largos y cargados en donde atendíamos entre 300 y 400 personas, nos daban buena comida. Entonces yo cenaba, y guardaba en un tarrito comida para almorzar con eso al día siguiente. Y las pizzas que no se comían los clientes, me las dejaba para mis desayunos. Y así cubrí mis tres comidas del día por tres semanas consecutivas.
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