Llevaba 1 año de estar mochileando y fue la primera vez de mi viaje que me quedé sin dinero. Pero cuando les digo sin dinero, me refiero a que tenía solo 20 dólares para vivir una semana en Tailandia, pagar el transporte al aeropuerto de Bangkok, llegar hasta Australia y pagar el transporte desde el aeropuerto de Melbourne a mi destino final: la casa de mi amiga Valeria. En otras palabras: estaba sin dinero, total y completamente quebrada.
Yo había escuchado cómo varios amigos viajeros utilizaban la aplicación Couchsurfing como alternativa de hospedaje sin pagar nada y decidí investigar un poco al respecto. Escribo en mi computadora: COUCHSURFING. ¡A mí me da terror esto! Yo pensaba: “Voy a llegar a la casa de alguien y me van a matar, me van a crucificar, me van a violar”. Solo tragedias me pasaban por la cabeza, pero no tenía plata, entonces empecé a enviar solicitudes como una loca a todo lo que me encontraba.
Nadie me quería hospedar porque yo no tenía referencias, todo el mundo me rechazaba, hasta que apareció alguien. Cayó la notificación en el teléfono: “Su solicitud ha sido aceptada”. Ay, fue como que yo viera a Dios. Ustedes no se imaginan, un ruso súper abierto, buenísima gente y muy trabajador. Cuando llegué a la casa me dijo: “Mirá Cata, quédate en el apartamento tranquila, agarrá vos la cama, yo duermo en el piso. Esta es tu casa”.
Hacía 44°C de temperatura, era un calor insoportable. Yo me iba al supermercado del frente, a meter la cabeza a la cámara de los quesos. Abría la refri, y me metía como una vieja loca porque yo no aguantaba el calor en ese lugar. Y pues llega el momento en el que me le tengo que confesar al ruso y le digo: “Vea, no tengo dinero, no tengo ni para comer, estoy en la quiebra”. Y me responde: “No te preocupes, yo soy un hitchhiker, yo me vine desde Moscú hasta Bangkok con puros aventones, prácticamente era un indigente. Pero aquí hay un templo sijista, en este momento no me acuerdo bien el nombre, pero ellos tienen la obligación de darte de comer”.
Ay es que yo iba al templo desayuno, almuerzo y cena. Entiendan que yo me voy a quemar en el infierno, yo tengo un VIP en el infierno, porque yo iba a ese templo y seguro todos pensaban: “Qué mujer más devota”. Yo me sentaba, me ponía todas las ropas, me quedaba calladita, hacía la pantomima de que meditaba, me moría del hambre, me sonaba la panza y apenas terminábamos, yo abría los ojos y me iba directo a comer. Así pasé como cinco días seguidos.
Resulta que un día de esos me dice el ruso que me está hospedando: “Mirá Lina”, porque en el sudeste asiático no pueden pronunciar mi nombre completo, entonces me bautizaron Lina. “Viene otro muchacho a quedarse acá a la casa, pero él tiene pinta de tatuajes, y mejor te aviso para que no te asustes”. Yo le respondí: “Ay olvídate, a mí me vale, nada más no me eches, porque no tengo donde dormir”.
Y llegó el otro ruso, el ruso número dos. Gigantesco, repleto de tatuajes, súper musculoso, pelón. Me lo presenta el ruso número uno y nos dice: “Ustedes dos duermen en la cama y yo sigo durmiendo en el piso”. Era un calor tan insoportable, que el abanico tiraba aire hirviendo, entonces se sentía como la mufla de un carro o tener una secadora en la cara, así de caliente.
Por esto mismo, yo no estaba usando mucha ropa. Andaba dos shorts, dos blusas, unas flip flops, unos trekking shoes que después mandé para el carajo porque no los aguantaba con el peso. Entonces yo dormía con un short y un topcito diminuto, y aún así no lograba conciliar bien el sueño por el calor. Entonces el ruso y yo dormíamos ahí, compartiendo los caldos de sudor, muy felices. El baño estaba afuera porque era para todo el piso, ustedes se imaginan ese baño usado por todos. Yo salía en paño y me cambiaba en la casa porque el baño era tan pequeño que no cabía ni para eso.
Al otro día me levanto y me dice el ruso número dos: “¿Me podés explicar como funciona esto?”, porque el ruso número uno se fue a trabajar. Se refería a un celular, entonces le empiezo a explicar cómo funciona, y me dice: “También me hablaron de una aplicación que se llama Facebook”, me pareció raro, pero le expliqué sin problema y lo ayudé a abrir su cuenta. Entonces le pregunté: “¿Cuándo salís de Tailandia?” y me dice: “Ahorita, dentro de poco, ¿y vos?” Y yo: “También, estoy prensada aquí en Bangkok mientras me sale la visa de Australia, y dependiendo de eso, me tengo que quedar los días que duren en darme la visa”. Y me dice: “Ay sí, yo también estoy prensado aquí en Bangkok. Yo nada más tengo que esperar a que me firmen para que me den la autorización para salir del país”. Y yo: ”¿Cómo, salir del país? ¿Por qué? ¿Para dónde vas? ¿Qué visa ocupas?”. Me dice: “No, me exiliaron a Rusia”. Le digo: “¿Cómo? ¿Te echaron a Rusia? ¿Por qué?” Y me dice: “Es que yo vengo saliendo de la cárcel, llevaba 25 años de estar preso porque asalté un banco”.
Ustedes no se imaginan la cara de loca que yo hice cuando ese hombre me dijo que tenía 25 años de estar preso y la noche que salió de la cárcel durmió conmigo. Tenía 25 años de no ver a una mujer, y no es que yo tenga las nalgas de Jennifer López, pero es que cuando usted tiene años de no ver a alguien, o sea, de no ver a una mujer, hasta una lagartija es súper sexy, y yo dormía chinga a la par de él. ¡Fueron 25 años de estar preso!
Me asusté mucho, los prejuicios que la gente tiene, yo también los sentí. Si yo hubiese sabido antes que esto era así, tal vez no me hubiese arriesgado. Pero él era súper buena gente, era atento, todas las tardes tomábamos el té, porque yo me la pasaba encerrada en la casa ya que no tenía para salir. Todos los días salíamos a caminar juntos, éramos inchipinchis: ¡Y él venía saliendo de la cárcel porque asaltó un banco! Claro que mi mente criminal lo primero que le preguntó fue: “¿Y la plata? ¿Dónde está el dinero que te robaste?” Porque nos está haciendo un poquito de falta. Me dijo: “Se la robó mi socio. A él no lo metieron preso, se la robó, se la llevó y ahora que voy a Rusia, probablemente me van a reponer mi parte”. Y yo: “¡Mierda! No pues, entonces nos vamos para el templo a comer.”
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