¿Qué se te viene a la mente cuando hablamos de los enemigos de nosotras? Quizás pienses en los carbohidratos o los postres, porque siempre nos tientan y hacen que la báscula se nos vuelva loca. O tal vez en la menstruación, esa amiga que a veces nos molesta: cuando se retrasa te asustas, y cuando estás en plan “pidiendo bebé” te da pena que aparezca, nos pone súper sensibles y peleones. Y ni hablemos de la humedad: por más que le eches ganas a tu cabello, si hay humedad, el frizz se desata y, amiga, la batalla se pierde. Y, claro, el clásico “no tengo nada que ponerme”… Aunque el clóset esté a reventar, siempre llega ese dilema existencial en el peor momento.
¡No, amiga, nada de rodeos! Te voy a contar cuáles son, a mi parecer, los tres peores enemigos que nos complican la vida a las mujeres.
- El auto engaño: mentirte a vos misma
¡Ay qué locura! Todas lo hacemos de forma no consciente. Es como un mecanismo de defensa que se activa y, sin querer, terminamos endulzando y suavizando las cosas para no sentir dolor.
¿Te han puesto los cuernos o conocés a alguna que le haya pasado? Creo que a casi todas nos ha tocado. En una situación así, decís: “¡Carajo, me pusieron los cuernos, me fueron infiel, tengo unos cachos gigantes que ya ni puedo pasar por la puerta!” Pero luego, cuando conversás con el infiel lo perdonás y te quedás con él por la razón que sea: porque el matrimonio es complicado, porque esas cosas pasan, porque pobrecitos los chiquitos, por la estabilidad financiera, o lo que sea.
Te sentás un día con tus amigas—y, claro, ellas saben de qué va la historia, porque cuando te pusieron los cuernos llamaste a todo el mundo, les contaste, te desahogaste, lloraste y hasta lo criticaste—y te preguntan cómo la estás llevando, qué tal estás. Y vos empezás a decir algo como: “No, al final no era tanto como yo pensaba. La verdad es que nunca pude comprobar nada; la muchacha era así y asá.” Y, así, empezás a justificarlo, a poner excusas y explicaciones que realmente no tienen ni pies ni cabeza. Minimizas y pones en duda lo que ocurrió.
Si, en vez de eso, dejaras de mentirte a vos misma, podrías decir algo como: "Sí, me pusieron los cuernos y, a pesar de todo, decidí perdonarlo por estas y estas razones." O incluso, no decir nada en absoluto. No es necesario que le mientas a los demás, pero jamás te mientas a vos misma. No te engañés ni te llenés de excusas. Y no me refiero a lo que decís a los demás, sino a reflexionar honestamente sobre el mensaje que te das a vos misma.
Lo que decido lo hago a conciencia, sabiendo bien lo que pasó y lo que elegí, porque sé que es lo mejor para mí; lo hago porque quiero, o simplemente porque me dio la gana.
Te pongo otro ejemplo que quizá te suene más: ¿Cuántas veces has empezado un proyecto y lo dejaste a medias? O te convenciste de que esa era la idea perfecta, que con cada fibra de tu ser iba a funcionar, y cuando arrancaste, te diste cuenta de que no te llenaba.
Estudiaste una estrategia, pero luego ni la aplicás; investigaste otra idea y tampoco la ponés en marcha. O cambias de proyecto constantemente porque ninguno te convence del todo, o dejaste de trabajar porque siempre te tocaron socios o jefes complicados, el proyecto no te motivaba o te estresaste hasta enfermarte. Siempre hay algo, y acabas sin terminar lo que empezaste, cambiando de rumbo muy fácilmente.
Seguramente te decís a vos misma que hay excusas válidas para no seguir, y te encontrás culpando a los demás: “Tuve un mal socio, el mercado no estaba preparado, el proyecto no era lo mío,” y le ponés un montón de razones a algo que, en realidad, es tu responsabilidad. Te mentís y te engañás diciéndote cosas como “no es lo mío, el ambiente era fatal, ser emprendedora no es lo mío, con responsabilidades familiares no se puede, mi pareja se resiente,” y demás.
Engañarte a vos misma es muy cruel, amiga. No le mentís a alguien a quien amás, ¿verdad? Así que tomate un momento, ponete en primer lugar y dejá de mentirte. Amor propio es ser honesta contigo misma, dejar de engañarte y afrontar la realidad sin excusas. Cuando te permitís reconocer lo que sentís y lo que realmente necesitás, te abrís a crecer y a vivir de forma auténtica. ¡Eso es amor propio de verdad!
2. La incongruencia: lo que decimos que vamos a hacer vs. lo que realmente hacemos. Palabras vs. acciones.
¿No te ha pasado que conocés a alguien que dice: "es que yo soy así, así y así" y vos, por dentro, te preguntás: ¿de qué carajos estará hablando? Porque sabés muy bien que no es como se describe.
La incongruencia es justamente eso: todo lo que decimos que vamos a hacer, versus lo que realmente estamos haciendo. Por ejemplo, un padre de familia que es fumador y, con un cigarro en la boca, les dice a sus hijos que aprendan de sus errores y no fumen. O cuando decimos que queremos perder peso y hacer dieta, mientras nos mandamos un postre, justificándolo con un "hoy es el último día y mañana empiezo."
La incongruencia abarca nuestros pensamientos, actitudes y acciones. Es muy poco congruente que alguien afirme querer cambiar su vida, mejorar y progresar, si lo único que hace es quejarse constantemente y mantener los mismos comportamientos. Los mismos pensamientos generan las mismas actitudes, esas actitudes se traducen en los mismos comportamientos, y esos comportamientos forman los mismos hábitos. Y si los hábitos no cambian, no se genera ningún cambio real. Digo y digo, pero no ejecuto, o ejecuto acorde a mis mismos hábitos y pensamientos. No hay coherencia, y cuando hay discrepancia entre lo que siente el corazón y lo que piensa la mente, el cuerpo termina resuelve el dilema con padecimientos.
¡Amiga, la clave está en alinear lo que decís con lo que hacés! Pero más importante ¡EJECUTAR!
3. El uso de los disfraces
Así le llamo a esas frases y excusas que ponemos en lugar de enfrentar lo que realmente pasa. El miedo es bien complicado, le encanta Halloween; se divierte disfrazándose de “no quiero”, “no puedo”, “no debo” y, sobre todo, de “no me gusta”.
En mis talleres con cientos de mujeres, lo que más escucho es “es que eso a mí no me gusta”. Y siempre les pregunto: “¿pero lo has intentado?” La respuesta casi siempre es: NO, porque se conocen y saben que cosas les gustan o no, y se rinden sin siquiera intentarlo.
Imaginate si nosotras pudiéramos quitarle ese disfraz al miedo… ¿qué tanto cambiarían nuestras vidas? Es imposible dejar de sentir miedo por completo, pero si aprendemos a identificarlo y manejarlo, podemos tener una relación mucho mejor con él. Cuando tengo miedo, lo hago con miedo.
Así que te invito a:
- Dejar la mentalidad de supervivencia y empezar a construir una de progreso. Parte de la construcción de esta nueva mentalidad es dejar de engañarte, de mentirte, de responsabilizar a los demás por lo que vos hacés, tomar acción y ejecutar. No seás como Cantinflas de “así como digo una cosa, hago otra”. Chao Cantinflas.
- Accionar y ejecutar: mujeres, nacimos para ser personas felices y exitosas. Es hora de que empecemos a actuar como tales.
- Quitemosle los disfraces al miedo: conozcamos que existe, que es natural y fue creado para protegernos y defendernos. Es parte de nuestra vida y va a estar ahí presente, pero lo que hagás con él es lo que marca la diferencia. Empezá a quitarle el disfraz de “no quiero, no debo” y empezá a utilizar esta frase: “me da miedo, pero lo hago con miedo. Me da pereza, pero lo hago con pereza. No puedo, pero lo intento y lo hago aunque no pueda”.